jueves, 7 de abril de 2011

La catástrofe de Japón pone a prueba la fe en Dios

La tierra tiembla, una enorme marea se cierne sobre el país. El número de muertos, heridos y desaparecidos aún no está claro y tampoco es posible todavía tener una idea cierta de la magnitud del accidente nuclear.

Estos sucesos de tinte apocalíptico en Japón llevan a una de las grandes preguntas que ocupa a la humanidad desde que existen las religiones: ¿Por qué sufren las personas?

En especial, las religiones monoteístas se preguntan: ¿Por qué un Dios que es considerado bondadoso hace sufrir a los inocentes con este tipo de catástrofes?

Generaciones de pensadores se ocuparon de este dilema sin solución. El Nuevo Testamento, sobre todo, habla de un Dios amoroso, sin que por eso no haya desgracias que afectan justamente a los inocentes. El filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) llegó a una conclusión en su obra “Teodicea” de 1710: el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos posibles. Y este mundo también tiene el potencial de mejorar.

Y entonces, en 1755, tembló la tierra en Portugal. Lisboa quedó casi completamente destruída, murieron unas 100.000 personas y también hubo un tsunami.

La catástrofe conmocionó a toda Europa. La inmensa violencia de la naturaleza, el gran número de muertos, el infierno en la ciudad destruída, que ardió en llamas debido a las velas encendidas de los templos que fueron derribados, todo era tan difícil de entender que el mundo ya no era bueno y bello y Dios ya no podía ser considerado justo.

El filósofo francés Voltaire escribió profundamente resignado en una carta a un amigo que el terremoto de Lisboa fue “un cruel ejemplo de filosofía natural”. “Nos resultará difícil descubrir cómo operan las leyes del movimiento durante esos terribles desastres en el mejor de todos los mundos posibles; cuando cien mil hormigas, nuestros vecinos, son aplastadas en un solo segundo en nuestros hormigueros (…) y mueren con una agonía sin duda inexpresable, bajo escombros de los que ha sido imposible sacarlos (…) ¡La vida es un juego de azar!”.

El terremoto de Lisboa tuvo gran influencia tanto en la filosofía, la literatura como en la teología, como notó también más tarde el escritor alemán Johann Wolfgang Goethe: “Quizá nunca antes el demonio del horror propagó tan rápido y con tanta fuerza por el mundo sus estremecimientos”.

El profesor de teología alemán Klaus Bieberstein afirma que desde hace miles de años hay distintos modelos que intentan explicar por qué sufren los inocentes. En el Antiguo Oriente, por ejemplo, se consideraba que aunque uno no haya hecho nada malo, se es castigado por culpa de los antepasados y por los errores que cometieron. Sin embargo, el profeta Ezequiel del Antiguo Testamento lo rechaza: Dios da la posibilidad de empezar de nuevo.

Ezequiel también se opone a la idea de que el individuo es inocente pero debe sufrir en representación del resto de una sociedad pecadora. “Ezequiel rechaza esto: Dios no traslada culpas de A a B”, explica Bieberstein. Sin embargo, fue el primer cristianismo el que asumió la idea de que Jesús murió en la cruz por los pecados del resto de la humanidad.

Otros se preguntan en qué medida se concilian las ideas del mal en el mundo con un Dios todopoderoso. ¿Creó también él el mal? ¿Logró limitar el caos al crear el mundo y sigue luchando contra el caos? Otro modelo, según Bieberstein, traslada la pregunta de la justicia de Dios al más allá: si bien el mundo produce víctimas, Dios no permitirá que venza el mal.

El sacerdote evangélico Werner Thiede, que enseña teología en la Universidad de Erlangen-Nuremberg, entiende que con las catástrofes se eleven este tipo de preguntas que cuestionan el sentido del sufrimiento. Sin embargo, Thiede apunta que el cristianismo no habla de un Dios que gobierna sobre todo. “Cuando en el Padrenuestro decimos ‘venga a nosotros tu reino’, eso quiere decir que el dominio de Dios aún no es completo”.




Fuente: Noticias24.com /dpa
Autor: Kathrin Zeilmann
Fotografía: Toru Yamanaka / AFP Photo



2 comentarios:

  1. El artículo carece de una conclusión.
    Tal vez, como en la parábola de la cizaña y el trigo, la conclusión pueda ser: "un enemigo ha hecho esto".
    Yo jamás he visto a nadie que en algún entierro maldiga al Diablo, pero sí escuché a muchos maldecir a Dios.
    Puedo seguir creyendo en un Dios bueno porque en su Palabra lo dice, aunque las circunstancias parezcan decir lo contrario. El fin de los tiempos dará la razón a Quien la tiene -y siempre la tuvo-.

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  2. Es triste que pensemos así, cuando sabemos que estas cosas ocurrirían antes de la venida de Jesús.
    A mi me tocó vivir muy de cerca el terremoto de Haití.
    Y no puedo mas que decir que Jesús viene. Cada vez lo podemos ver mas de cerca.
    Dios les bendiga.

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